A veces, el fuego se enamora de todo lo que toca. En esas veces y solo en esas el destino, lejos de ser desatino, es justicia poética.
Caído una vez, levantado otra vez más: así es la vida.
La procesión va por dentro, no por teatro.
Voy a lanzarme a ver si existo: sin perdón, sin excusas, sin permiso.
En efecto, yo –como cualquier elemento– lluevo lo que llevo por dentro. De hecho,
Tu sonrisa es un soplo de aire fresco. Un pliegue de origami que desorienta.
Plantamos flores para cubrir las grietas en el corazón.
Uno mendiga, muchos mirando el móvil: falta compasión.
No soy ningún –ista ni practico ningún –ismo: sólo soy un artista que piensa por sí mismo.
Todos llorando por lo malo del mundo, como si no hubieran visto ni un gramo, de maldad. Y yo, sonrisa en mi cara,
Del maestro más mordaz, siempre somos aprendiz: las lecciones vitales siempre dejan cicatriz.
Tu forma de diábolo, de reloj de arena tu perfil, contra mi alma de león y mis dientes de marfil.
La nueva normalidad solo dejará de ser nueva cuando vuelva a ser normal.
Las tiendas cierran, las cabezas pesan: hace frío para nada.
El burdo burdel de El Llano ya no ofrece masajes a cuatro manos.