A orillas del Ebro he de consentirte,
las aves ceden su volar rozando las olas,
el sol enfoca tu rostro pálido y angulado,
mientras las cacerolas emanan las cebollas.
La vitrina aun conserva esa esperanza,
esa quietud emergente e inusual,
perpetua vanidad,
tartamuda luminosidad.
Hombres hambrientos de imaginación,
las cenas han cambiado de hora,
los corales ya no son suficiente,
las tórtolas han colado su cantar.
¡Muéstrame tu cielo!
¡Muéstrame tu insignia!
!Noreste ancestral!
Ocaso imaginario,
montañas estimadas,
bohemias de San Valero.