No creí haber puesto la cafetera al lado de la mermelada y la bolsa del pan. Fue extraño, sigiloso y súbito, a pesar que me entretuve con una vieja revista de sociales por medio minuto. Tomé un descongestivo del pastillero azul, un vaso pequeño y agua de grifo para ingerir la diminuta dosis. Parado en la ventana cómo un nuevo vecino, veía el grisáceo paisaje danés y apreciaba como un nene jugaba con su caballito de palo cerca al televisor, mientras el padre leía el diario y dejaba descansar un puro en el cenicero. De pequeño tuve una mala impresión emocional intensa con esos caballos. Un descabellado primo me contó una historia creada por el. Hablaba sobre la decapitación de un caballo y la incrustación de una lanza, donde una caballería burlescamente usaban como juguete. Ese mal sabor desapareció con el pasar del tiempo, y al saber que era obra maquiavélica de mi primo Andrés, me causó tranquilidad al terminar la niñez.
El día era gris con una espesa neblina que abarcaba ciertas edificaciones que apenas se podía apreciar la iglesia Helligaandskirken y algunos sacerdotes bajar de sus autos con sus monocromáticas vestimentas eclesiásticas.
De pronto, me llamo la atención el retorno de la cafetera al lado del servilletero que fue donde lo dejé. Causando recelo tome la cafetera y la acarreé hasta el lateral izquierdo de la mesa, donde me ubicaba. Hundí el rostro por unos segundos y regrese mi mente a su lugar, fijando mi mirada y centrando el recuerdo para ver lo que sucedía después o quizá era mi imaginación que me daba una mala pasada al recién despertar.
Camino a mi pieza sentí un corto balbuceo al lado de la alacena. El fraseo fue rápido y no entendible, pero cierto en mi lucidez. Me paré frente a la alacena, abrí las puertas, toqué la madera, la cerré y regresé a cama. Chasqueando los labios, hundí los pies en las pantuflas y no le di suma importancia a lo que estaba sucediendo. Al cobijarme entro una rara sugestión que abarcó mi imaginación. Dicen que la imaginación es más fuerte que los celos en el caso de las parejas y en el temor es el creador de fobias. La imaginación crea el terror, el miedo y sugestión. Todo está en la mente. En mi agnosticismo, no creía en historias de almas errantes y bla, bla, bla de la gente; no lo veía referencial.
Me quedé por pocos minutos con esa astilla de intriga. Llegue a pensar en algún trastorno neuropsicológico donde fecunda la distorsión visual como la micropsia. Pero no tomaba medicamentos fuertes o psicoactivos como para percibir lo que escuché y vi en tiempo real. Dentro de mi justificación pensé que era un autoengaño psicológico; dejando a un lado el raro suceso, cogí el diario y me puse a leer una columna crítica de un conocido. Al meterme bien a fondo en el diario, descaradamente se abrió la puerta lentamente, creando un próximo ceño fruncido. A sabiendas que vivo solo en un piso, en un viejo edifico en Copenhague. Me paré de prisa a ver qué sucedía. Cogí la perilla y la manipule de izquierda a derecha varias veces. Luego cerré la puerta y la volví abrir, dejando la mente en blanco, en puntos suspensivos. Fui a la cocina por agua y por un momento me sentí observado, me sentí algo extraño e incómodo. Sentía que alguien estaba conmigo en la casa. Nunca había sentido tal cosa. Quizá sea mi imaginación entercada, quizá sorprendido por alguna putada de algún bravucón o quizá algún caco queriendo extraer algo de casa. No sabía que pasaba en realidad.
Cogí un vaso de la mesa y al acercarme al grifo, sentí calor, un calor sofocante. Al abrir el grifo dejé caer el agua, mientras reflejaba mi rostro en la ventana. Veía mi barba mal afeitada y mi rostro limpio. No pasado dos segundos, insolentemente cerraron el grifo y quede perplejo. Quedé petrificado, confuso, en una burbuja de interrogación. Opté por volver a hundir el rostro y volví abrir el grifo. De pronto una pequeña risa burlesca se escuchó a mis espaldas, volviendo a cerrar el grifo de manera insolente. Al voltear vi un viejo canijo y sin verguenza que lanzaba una risa jocosa. Llevaba la ropa sucia y algo quemada. Todo fue tan rapido que no supe qué hacer en el momento.
—¿Quien es usted? Le dije sorprendido, mientras mi mirada se perdía en su amarillos y desordenados ojos.
—¡Soy un fantasma¡—el señor Brandt para servirle.—el fantasma de la iglesia del frente de tu ojos.—donde te sientas apreciar y criticar internamente a tus nuevos vecinos daneses.
—¡No creo en fantasmas!—y en esas creencias irracionales. Le dije juntando las cejas, haciendo un gesto de desagrado.
—¿Entonces quien movió los objetos de la mesa?—nosotros los fantasmas tenemos cierto magnetismo terrestre.—habito esa iglesia desde 1728 el día del incendio de Copenhague y perdí la vida junto a mi hermano menor, mientras descansábamos después de un día pesado de limpieza.—suelo jugar malas pasadas a las personas que se aproximan o nuevos inquilinos como tu.—eso me mantiene distraído y no aburrido.—Me dijo a media sonrisa, mientras se desvanecía haciendo su acto más creíble.
—¡Espera!—¡no te vayas! Le dije a medio gritar.—me había intrigado su aparición, quería más información.
Me asomé a la ventana a ver la iglesia o ver si el fantasma andaba por ahí. La verdad no sentí miedo, solo curiosidad de saber que se sentía morir o saber el proceso terminal termodinámico y neurologico. Quizá saber la intoxicación pulmonar producto de la combustión en su caso. El era el testigo clave de tal suceso para escribir algo sobre ello, sobre el morir.