Sophiano Von Steingol

Pérfidos

Llevaba la cremallera a medio cerrar y la barba frondosa por días postergados de cuidado. La botillería había cerrado y la única tienda de al lado, alumbraba con baja luz de vela a las nueve menos quince. La mancha de mostaza creaba un desagrado en el azul del pantalón.  Se había secado, se había puesto dura como una costra. Pensé en un momento en el color verde, ya que el azul y el mostaza que se asimila al amarillo, daría ese resultado.  No dándome cuenta el tiempo posado. Con un poco de saliva y una rastrillada logré acabar con ese desagrado que me tomó por sorpresa.

El grifo mal cerrado no culminada el intenso goteo que revoloteaba mi paciencia, mientras mi delgado y viejo cuerpo reposaba entre las cobijas. La resaca me tenia de presa, la flojera en cama me mantenía callado e inútil para ir a apretar la llave del grifo que estaba a unos metros de mi.

Un gallo manifestaba sus cacareos paulatinamente cerca del hotel. Me lo imaginaba parado en el culo de una vieja tina que andaba al revés. Quizá atado de una pata, o en algún tejado.

Velé de pronto un intenso recuerdo fugaz de misantropía ajena con una mujer prohibida y rara, que una vez tomé como amante. No la veía tan Interesante como Khaleia. Aquella mujer, me relataba historias llena de anacronismos. Quizá quería impresionarme con temas que habrá escuchado en alguna charla y así hacer el papel de intelectual. En fin, no lo dominaba bien y se le cruzaban los personajes.

Khaleia miraba sus rizados cabellos en el espejo, mientras me miraba tras el reflejo y sujetaba esa ansiedad de querer tenerme otra vez. Tenía un dije que embellecía cierta parte de su cuerpo. Cargaba aún el abrigo y llevaba puesto un vestido señido. Era una mujer sexy e inservible para las relaciones de pareja. Congeniábamos en algunos puntos. El punto central osado y subrayado, era que éramos casados. Khaleia era atrevida y sarcástica al hacer comentarios.  Nos llevábamos bien en las salidas nocturnas. Llegaba a la conclusión que con su marido no hacía lo mismo. Era un viejo banquero aburrido y poco social. Mi esposa era hogareña, buena mujer, siempre al lado de Dulio, mi único hijo. Yo, un don Juan fementido por naturaleza, quizá mi padre o mi abuelo fueron así. Nunca los conocí.

Apenas habíamos llegado al hotel Wernberg, me desplomé entre las cobijas. Cansado visualizaba el techo haciendo círculos en la sien. El hotel, se había convertido en el amorío impostor que jamás había conocido en mi vida. Al parecer me estaba enamorando. Siendo partícipe y pieza clave o protagonista de este lío de almas.

Khaleia desvestida, me montó y empezó a besarme el cuello, susurrándome diabluras ajenas a ella. Aun vestido, sentía la aproximación labial, mi afilada y osada lengua rosaba sus delicados labios. Tomándola del culo, cómo tomando un toro por las astas. Le tire de los cabellos mordiéndole el cuello, reduciéndola a menos cero. Tumbada en la cama empecé apreciar la belleza de su intimidad y acariciar sus bellos senos. Sus gemidos eran fuertes cuando engullía mi lengua en sus partes intimas. Sus fluidos eran el mejor néctar que había saboreado. Podría confundir a un dios del Olimpo con tremendo banquete.

De pronto, esa sensación de emociones se vió interrumpida por dos tiros en mi espalda. Llegando una alevosía muy pronta, sellando y culminando esta historia de placer prohibido que me dejo pausado y sin remedio.

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