Las calzadas de abundante comercio, me invitan las señoras un pequeño buñuelo. El menaje roto entre las rejas de la puerta, las comadres discuten por unos trapos de lujo; canta a la gata una mujer tuerta.
Los críos ven los pececillos, le dan comida y encadenan sus brazos por el frio. El ruido de sirenas castiga los tímpanos y las auxiliares banderean los quesos amarillos que han caído algunos como ángeles del cielo.
Me senté en una banca de parque, mientras dos jilgueros jugaban en la rama de un árbol. Los vértices del tiempo endosaban la guía y los modos endulzaban las vías.
Limosnas perdidas entre ranuras, panfletos pegados como pegatinas. Los balones en venta, juntos a los tacones. Entre sueños y bostezos, hasta que bajen los telones.
He cruzado la calle del coronel, he sentido el crujir de un corazón infeliz. Los novatos dejan las moralejas, por incapaces pensamientos tercos llenos de mierda.
Se ha gritado un gol por la esquina, la vieja mezquina toma leche con galleta, de una taza sin servilleta. Los bomberos han cruzado la calle principal haciendo ruido con la sirena.
Por los postes me guio, por las calles me sirvo un tango a silbar, los abrazos que no tengo me los da una amiga que nunca esta.
Señalización constante, antebrazo de la ciudad, surgen las coordenadas de un grato caminar.