Deben ser ciertos los rumores
que hablan de un bucólico paraje
ayuno de artificios y candores
humanos, como el amor y el coraje.
Y como del pecho de Gea generosa,
nació en humilde teogonía,
este charro suburbio sin más mitología
que su agua, su aire y su tierra porosa.
Tendiendo la vista al cielo
y al infinito potrero desparejo,
se ven allá, a lo lejos,
ranchos que brotan del suelo.
Son las primeras hormigas humanas
que en vano delimitan el terreno,
y señalan al que pierde y al que gana,
y separan lo propio de lo ajeno.
Nada es de nadie. Y así
debe ser. Ni mi destino
es totalmente mío, ni este camino
en el que tantas veces me perdí,
y que conozco de memoria.
Hablan de unos tales querandíes
y de unos escoceses perdidos en la historia.
Bajo el signo de ocasos rubíes
otoñales, se fundó discreto
este pueblo; Monte Grande. Fulgores
de fugaces estrellas, y gauchos pialadores
poblaron cielo y tierra por completo.
Todo me conmueve, pero en vano.
Y aunque no se debe decir adiós jamás,
yo sé, íntimamente, que nunca me amarás.
Oh, nostalgia, numen lejano...
Esta ínfima parte del universo
se llama Monte Grande, es mi casa.
Yo siento que el tiempo me traspasa
y que en un lento anhelo de amor me disperso...