No me apura la necesidad de limitarte
a una pobre imagen humana.
Ni me creo capaz de cifrar la dicha que emana
el solo hecho de mirarte.
Quisiera verte como Dante
en el octavo cielo estrellado,
o como en el perdido paraíso del pasado,
te vio Adán inmaculada y brillante.
Pasado, polvo y pecado
atenuaron el fulgor de tu mirada.
Sagrada y cotidiana te alzas en la azulada
noche, y me miras, y te miro reflejado.
El secreto está en como se entona,
dice el poeta, la palabra que te dió el hombre,
y que se diga con humildad tu nombre;
Oh, Luna hija de Latona...
Inmortal y humilde, fiel espejo
del tiempo. Otras noches habré de mirarte,
y cuanto más brille el fulgor de tu reflejo,
más lejos estarás de mis palabras y de mi arte