Un frágil y firme fulgor se ha prendido
en los postreros días del siglo blanco.
Un hombre pálido, sencillo y franco
forjado en Buenos Aires, un paraje caído
en el Reino del Perú. Fue un hombre de leyes,
de sentencias firmes y de espíritu moderno.
Un hombre pobre que detestaba los reyes,
que amaba la patria, pero no a su gobierno.
Formó un ejército de patriotas harapientos
contra la realista pomposa opulencia.
Nunca pierde el que no mezquina
de su sangre y de su aliento.
Al porvenir no le dejó otra herencia
que una preciosa moneda de plata; Argentina.