De aquella heroína enamorada
con el vulgar nombre de María,
no bastó su valentía
ni la firme mano ensangrentada
que también curaba delicada
las heridas del héroe que moría
y a los dos los consumía
un fulgor de abatimiento en la mirada.
En este otro desierto
hostil, opaco y turbio
no hay otro milagro cierto.
Sobre la vileza
de este sórdido suburbio
se erige franca tu belleza.