Qué cruel es la torre Eiffel: unos días me quiere, otros también, aunque no me lo dice.
Desde pequeñito crecí igualito que un camaleón: un ojo en el presente –que es buen… otro en el pasado –que fue mejor–.
La paciencia es la damisela que más se hace esperar y nunca termina por llegar
Se oye un sepelio por los muertos por dentro: vida sin ganas.
No te preocupes, deja que la vida ocurra como ocurre la vida misma: orgánicamente.
Tu sonrisa es un soplo de aire fresco. Un pliegue de origami que desorienta.
Al final podré perecer petrificado por perder un pulso de miradas
A veces, el fuego se enamora de todo lo que toca. En esas veces y solo en esas el destino, lejos de ser desatino, es justicia poética.
Déjame que te cuente el lado oscuro del mercado: venderse a uno mismo está muy bien pagado.
Sin publicidad, sé una buena persona: he aquí el secreto.
Hazlo aunque llueva, porque llueva o no llueva, no se hace solo.
Las tiendas cierran, las cabezas pesan: hace frío para nada.
El burdo burdel de El Llano ya no ofrece masajes a cuatro manos.
Todo el mundo quiere ser inmortal, pero nadie se ha molestado en leer la letra pequeña: para ser inmortal
Esta disputa —que el lector disfruta— de la zorra con las uvas me enseña