Víctor Daniel López    < VDL >

Momentos, la humedad y el ruido

Cuánta humedad se sentía
cuando bailamos en mi cuarto el día en que te fuiste,
para así no voltear a ver directamente los ojos
del dolor que emergía de las paredes altas, blancas,
que de poco en poco se tornaban frías.
 
Cuánta humedad cuando te lloré en el mar,
y la estación de tren cubierta de la hojarasca del otoño;
la primera noche oscura al no poder dormir, sin ti,
porque te fuiste de las estrellas, para las estrellas,
apagando la luz del faro que llevaba hacia tus piernas.
 
Cuánta humedad en mis labios, los huesos,
el aire en el hueco de tus manos.
Y las calles desiertas de calor y agonía,
de los árboles que chillaban porque no paraban de sudar
el agua atrapada en el aire, asfixiando la primavera,
subiendo a las nubes para llenar de lluvias el invierno seco,
frío y seco, los ríos secos y muertos.
 
¡Cuánta humedad dejaste!
Tanto, que las viñas ese año no dieron uvas,
ni hubo vino para beber, ni vino para olvidar.
No hubo esas noches lunas qué fermentar.
 
Se sentía el agua de los cielos en la piel;
y de las piedras, el hálito se desprendía para ahogar los pulmones y el pasado,
la música que bailábamos en sueños,
dormidos, despiertos, entre los muertos.
 
Y así,
toda asfixia iba a parar en la humedad triste y maldita.
 
Y a lo lejos:
el ruido de las olas estrellándose contra el acantilado,
el motor de un avión que se encendía,
los cantos de gaviota, chillando al mediodía,
llorando al verano, al triste verano
que caía para cubrir de nieve los recuerdos,
la melancolía de un tiempo que se había elevado a las montañas
para convertirse en arena, en el negro de tus ojos,
los ojos de la tarde que no terminaba de extinguirse,
y el sol que no terminaba nunca de ponerse,
por alumbrar una última vez los ríos y los caudales,
la espuma de tus manos y el semen de la tarde.
 
A lo lejos, tan cerca:
el verano, la humedad en tus cabellos,
y el baile que aún sigue danzando
en algún lugar, diferente al de ahora,
el tiempo en donde no hay rocío ni tarde que queme.
 
Sólo ruido.
Y una promesa rota
Nada más.
 
Víctor Daniel López
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