Aunque dentro de sus piernas habitaba el hijo del sol
y vivía un fuego que ardía inexplicablemente,
sus manos, su frente, sus mejillas,
su mirada y su alma,
eran más frías que el hielo que hay en la Antártida.
Quemaba.
Su silencio
y sus confusos juegos sin reglas,
aunque de muy diferente forma,
igual mi cuerpo quemaban.
< VDL >