Ni el sonido del motor me quita la tristeza.
Estacionada afuera de la oficina postal
veo lo que fuimos,
lo que –no– somos,
lo que pudimos llegar a ser.
El rojo del semáforo hoy no me dice nada,
los camino están vacíos,
aún teniendo el Mustang a mi lado.
Una lágrima al volante,
y la playlist sigue en aleatorio;
hay guitarras en el fondo,
suena Creed.
Mi partida está en automático,
he llegado a mi destino,
tú no estás aquí.