I
“Bueno” —dijiste al aire, a tu cigarra—:
“voy a empuñar mi luz y mi camino”.
Dijo tu voz, y halló que ya el destino
te brotaba en el pecho una guitarra.
Voz y niñez de nube consumida.
Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,
quemaron con sus zarpas tus panales
dejándote en la sangre una encendida
memoria de paisajes musicales.
II
Pienso y busco tus huellas Aquel día
del niño y su lucero,
cuando vestido en un jazmín ligero
dabas a la ilusión tu melodía.
Cavo en tu tierra roja,
muerdo el verde sonido de tus cañaverales,
miro en u río, subo la congoja
de cielo de tus hondos manantiales,
nombrote en los rumores,
y al fin te traen dulces vendavales.
Sobre veloz constelación de flores
llega tu imagen; transparente escalas
la propia enredadera de temblores
de tu guitarra traspasada de alas...
III
No puedes ocultarte porque tienes
la voz redonda y de color de cielo,
ruba llama de trigos en el pelo,
trigo de rubias llamas en las sienes,
y en la sangre un florido
trueno que enciende en tu muñeca un nido
de clamorosa lumbre y terciopelo.
Aquí, tu mano roja
sobre mis hombros, varonil hermano,
del viento hermano, claro hermano mío,
Tu guitarra me acoja,
tu música me envuelva de rocío,
me frote el alma tu guitarra roja.
Tú, el desvelado, el libre de secreto,
roja la mano, duro el esqueleto,
la carne blanca y blanca la congoja.
IV
Tu pueblo te supura
como un clavel sangriento entre los dedos,
que amuralla sus miedos
en la madera azul de tu guitarra.
Ella, la patria del clavel y el llanto
a tus venas se amarra,
lastra nocturnamente tu quebranto,
socava tus bordonas
y por fin en el canto
que en tu piedra lunar tú mismo enconas,
halla al cabo su rumbo verdadero,
ella, la dulce patria del lucero.
V
Tu historia mira un porvenir distante,
y el porvenir contempla tu pasado,
y ambos crecen de ti, del cincelado
clamor que tus muñecas de diamante
vierten de tu guitarra, de su estruendo azulado.
VI
Esto, mi compañero;
esto, no más, sobre tu nombre quiero,
quiero inscribirlo. Quiero,
porque te quiero.
Mañana el tiempo encogerá los hombros
y sobre mis escombros
dirá de mí con voz de polvo
“Un día
cayó sobre su oscuro mediodía,
cayó una piedra y era
su amistad de bandera, esto no más...”.
¡Esto, no más, diría!
VII
Ayer era tu infancia;
tu olor de niño, un pueblo de corolas,
pese a tu signo oscuro.
Hoy tu presente se desborda en olas
con mil niños cantando en tu fragancia,
y otros mil y otros mil, hacia el futuro.
Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,
y el río tuyo henchido de panales
sobre el fosforescente valle de las guitarras
con un viento incendiado de cigarras
libres y musicales de alegría.
VIII
Fue así que ayer, una mañana, un día:
“Bueno”... dijiste al aire, camarada,
“Dame tus signos, voy a asir tu guía”.
“Bueno, hijo mío” —respondió la estrella.
Y desde entonces pisa enamorada
tu guitarra dorada
la infatigable ruta de las estrellas.