Augusto Roa Bastos

Junto al río de ayer

Te llamo y no respondes.
¿Dónde tus pies desnudos hiere la alegoría
de una fuga de rosas?
 
La aldea de tu nombre con sus claras campanas
sueña bajo las algas. Los cristales opacos
de una selva de arena lloran junto a la orilla.
En mis hombros el río con su luna de antaño
muerde mis ateridos helechos de silencio.
 
¿Dónde estás, prometida de los tallos del trino,
lumbre de mariposas, llama de lejanías?
¿Dónde tu voz derrumba sus majadas de tibio
color de golondrinas? ¿Dónde? ^Dónde...?
 
La escarcha
arma sus campamentos en un campo de olvido.
 
Te sueño en las volandas del milagro de ayer.
Pero el musgo del mundo me agoniza en los labios
y tuerce su ceniza oscura sobre mis ojos.
Panoramas de azúcar para la abeja muerta.
Y esqueletos de flores sobre la teogonía
de mi dolor antiguo, mi juventud trizada
en estrellas de lágrimas y en magnolias de nube.
 
Muchachita de orquídea,
te busco aun por el alto río de nuestra infancia
bajo un sol de verano con naranjas de amor.
 
Una blancura, antípoda de tu rubor, intenta
amortajar el aire de tu faz que no quiere
morirse en las heridas del beso que no he dado.
 
Muchachita de orquídea que en las ramas del río
guiabas con tu brújula celeste mi canoa.
Vieja madera. Brazos. Verde luz. Corazón.
 
Un ciervo iba bajando laderas de jazmín
con la frente quemada por la luz del crepúsculo.
Pero tú no mirabas, muchachita de orquídea.
 
Le duele a mi costilla de sueño aún la estría
de tu cintura leve de morena canción.
Aún muerdo tus cabellos y tu voz de caliente
perfume. ¡Eras tan linda! Pero luego, a lo lejos,
te perdí por suaves etapas de calendario.
 
Por último, a lo lejos, tu faz llena de besos
buscó el nivel remoto de la tarde dormida.

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