... Y no me esperes, corazón. Olvida
la morosa costumbre del camino
que a los rosales ígneos de la noche,
con brújula de cantos nos llevaba...
Ya escucho cómo crece
la soledad y el río,
y el páramo que llora
con aterida música de pájaros
muertos antes del alba.
De nada le valió que sobre el trémulo
laberinto de mis venas azules
como un grito rebelde, tan solo grito,
se encendiera tu nombre.
Rodó en la espuma el grito ensangrentado
y el viento herido se alejó llorando.
¡Cómo sube la niebla
por los delgados hilos de mi sangre!
Pronto serán mis labios
una humedad remota de palabras,
y mis ojos carbonos de silencio,
y mis brazos dos llamas amarillas
que abrazaran canciones disecadas
con ceniza de olvido...
Óyeme desde lejos;
y que mi voz se apague poco a poco,
y se disipe al fin como esa brizna
conque el humo se acaba cuando el fuego
le van tirando tierra...
Sigue tú sola. Y si la noche es clara
y si es delgado el aire
y no lo empañan tumbas de suspiros,
ni lo humedecen las lágrimas,
ni lo impregnan aromas mortuorios,
sobre el pulido canto del sendero.
Junto a la sombra del perfil nevado
que de tu cuerpo esculpirá la luna,
florecerá otra vez mi sombra ausente.
Y en los rosales ígneos de la noche,
con el Sur en tinieblas
y el Norte envuelto en estelaria llama
oscilará la brújula del canto
con nuevo ritmo, y se abrirá hacia el alba
para ti y mi recuerdo
la luz de un horizonte innumerable.