Llama en el aire ciego.
Luz en la altura, sombra en el vacío.
Brizna incendiada, brizna temblorosa
sobre el abismo.
...¿Quién te sustenta a tí, carne alanceada,
corazón de rocío,
crucificada en los maderos altos
de tu nocturno grito?
La mano del abismo.
¿Sobre qué alas tu voz, tu voz que ya semeja
cilicio del sonido,
lleva entre el viento oscuro de la vida
su perfume de nido,
su congoja hechizada,
su hechizado gemido?
Las alas del abismo te sostienen,
las negras alas del abismo.
Y tu frente, ¿en qué nube
reposa, en qué tañido
de campanas de niebla, peregrinas,
sostienes tu latido?
Sobre la lengua del abismo,
nube y campana oscura de Dios mismo.
Cierro los ojos.
Escúchote a lo lejos. Te diviso
detrás de las colinas transparentes
que el tiempo alza en los valles del olvido,
y estás allí dormida
sobre el heno dorado de Dios mismo;
luna el pan de tu cuerpo entre las manos
de un ángel pensativo,
desencarnada y llama pura ardiendo,
guiño de sol, llama del viento peregrino
que te arrancó en su música
del flanco del abismo
y te llevó en la música a Dios mismo.