Augusto Roa Bastos

La destrucción

Del Naciente al Poniente,
rebotando en las espaldas pétreas de los cerros
rodando bajo tierra,
destrozando las nubes y los árboles,
volvió a caer como un gran trueno
la voz eterna de Ñanderuvusú
anunciando a la raza del Hombre su perdición
 
Guyrá—Poty (**), el jefe aguerrido y amado
el de nombre de pájaro y corazón de pájaro
miró a sus hijos paralizados por el espanto,
como entre las takuaras espinosas
los venados ven de pronto chispear
la córnea ponzoñosa del tigre.
 
Guyrá—Pory, Flor de Pájaro,
ciñó a su frente la corona de plumas,
y trepándose al árbol sagrado
reunió a su pueblo
y le habló con palabras sonoras
que el viento de la selva recogía obediente.
 
—Ahora debemos danzar al compás
del canto payé (***)
porque la destrucción se está acercando.
 
—Danzad, danzad, sin término.
Durante cuatro inviernos, a su luna de hielo,
tendremos que danzar
para hacer que nuestros cuerpos se nos tornen livianos,
livianos, transparentes, como el plumón que vuela solo
una vez desprendido del pecho del halcón.
 
—El fuego y el agua caerán sobre nosotros;
el agua y el fuego: la saliva y la furia llameante
del tigre azul eterno que se apresta
a saltar sobre el mundo
desde el regazo de Ñanderuvusú.
 
—Danzad, danzar ahora,
golpeando la tierra con el ritmo creciente
de la takuara sagrada del payé.
 
Guyrá—Poty y su pueblo
por la noche danzaban
y por el día se iban rumbo al mar
buscando hacia el Naciente su salvación,
perseguidos de cerca por el estruendo sordo
del desmoronamiento de la tierra.
 
Guyrá—Poty tendía los brazos
y a su estera reñida de urucú (****)
caían desde su boca,
consagrada a las extrañas palabras del payé,
los alimentos y las frutas
para las bocas ávidas de todos.
 
La multitud marchaba rumorosa
rumbo hacia el mar, envuelta en la humareda
musical de los cánticos.
 
Con su gacela blanca sobre el pecho
la hija pequeña de Guyrá—Poty
marchaba silenciosa entre los hombres
como el lucero entre las brumas.
 
Cuando la huyente caravana
llegó hasta los inmensos parapetos
que contienen el mar, ya hacia el poniente
la tierra ardía en una vasta hoguera.
 
Guyrá—Poty ayudado por sus hombres
derribó cocoteros con el hacha de piedra,
y construyó una balsa
cuando el agua en remolinos torrenciales
se desplomaba ya sobre la tierra ardiendo
 
Guyrá—Poty subió a sus hijos
sobre la isla flotante de troncos
y tendiendo los brazos
a las aves del cielo, sus hermanas,
comenzó a entonar el canto sagrado del final.
 
La balsa con ingrávido balanceo
moviose sobre las aguas tumultuosas,
y comenzó a ascender liviana por los aires
hasta tocar las puertas del cielo
que se abrió luminosa a los recién llegados.

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