Llegas y de pronto encuentras un sitio perfecto, un lugar, un tiempo, un instante al que sientes que perteneces. Todo encaja contigo, con tu cuerpo, tus sentimientos. El aislamiento de tu rutina de siempre, de las noticias, tu gente, la vida que has llevado hasta ahora. Alejarte del mundo que conoces, y de repente encontrarte en una isla en medio del mar, en donde no hay nada pero lo tienes todo. Y el tiempo avanza, lento, pero avanza, y deseas congelar cada segundo, cada brisa y cada ola. No quieres que avance más no quieres que eso termine. Es perfecto todo, te sientes en un paraíso, sientes, lo sientes todo, te sientes vivo. No deseas nada más. Sólo quedarte ahí, en ese lugar que parece tu hogar, con los días claros, la infinidad del mar, noches estrelladas y con gente que parecieras conocer de toda la vida. La vida, la sientes grande. Miras el cielo y tan sólo por un momento es que ya no te sientes pequeño, ni solo. La vida, deja de morirse. La muerte, se aleja, no existe. Eres parte de todo eso, de ese instante perfecto, y entonces te preguntas si todo aquello es real, si de verdad es que te encuentras despierto, si es cierto que existen lugares como aquel, si exista la magia, la casualidad, si estás y eres ahí y tú. Te preguntas si es real, pero al final deja entonces por importarte. Mejor lo gozas, y vaya que lo haces. Lo gozas, y dejas que el tiempo pase junto con el viento, galopando como caballo. Dejas que el viento corra, que avance. Dejas que el tiempo pase sin que pueda llevarte.
Víctor Daniel López
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