Una mujer, como visión o hada,
en la roca de Léucades se agita;
retrátase en su faz pena infinita,
la desesperación en su mirada.
Es Safo, la poetisa enamorada
que el arpa hiere con doliente cuita,
y en su última canción llora y palpita
la pasión infeliz y desdeñada.
Tú fuiste, oh mar, de su dolor testigo,
y en tu seno aquel cuerpo recibiste,
que al sacro numen y al amor dio abrigo.
Así, en tu inmensidad tumba le diste;
en tus amargas olas, llanto amigo,
y en tu eterno rumor, funeral triste.