«No sé cómo hay jumento
que, teniendo un adarme de talento,
quiera meterse a burro de hortelano.
Llevo a la plaza desde muy temprano
cada día cien cargas de verdura,
vuelvo con otras tantas de basura,
y para minorar mi pesadumbre,
un criado me azota por costumbre.
Mi vida es ésta; ¿qué sera mi muerte,
como no mude Júpiter mi suerte?
Un asno de este modo se quejaba.
El dios, que sus lamentos escuchaba,
al dominio lo entrega de un tejero.
«Esta vida, decía, no la quiero:
Del peso de las tejas oprimido,
bien azotado, pero mal comido,
a Júpiter me voy con el empeño
de lograr nuevo dueño.»
Enviolo a un curtidor; entonces dice:
«Aun con este amo soy más infelice.
Cargado de pellejos de difunto
me hace correr sin sosegar un punto,
para matarme sin llegar a viejo,
y curtir al instante mi pellejo.»
Júpiter, por no oír tan largas quejas,
se tapó lindamente las orejas,
y a nadie escucha desde el tal pollino,
si le habla de mudanza de destino.
Sólo en verso se encuentran los dichosos,
que viven ni envidiados ni envidiosos.
La espada por feliz tiene al arado,
como el remo a la pluma y al cayado;
mas se tienen por míseros en suma
remo, espada, cayado, esteva y pluma.
Pues, ¿a qué estado el hombre llama bueno?
Al propio nunca; pero sí al ajeno.