De la rama de un árbol un carnero
degollado pendía;
en él a sangre fría
cortaba el remangado carnicero.
El rebaño inocente,
que el trágico espectáculo miraba,
de miedo, ni pacía ni balaba.
Un jabalí gritó: «Cobarde gente,
»que miráis la carnívora matanza,
¿cómo no os vengáis del enemigo?—
Tendrá, dijo un carnero, su castigo;
mas no de nuestra parte la venganza.
»La piel que arranca con sus propias manos,
sirve para los pleitos y la guerra,
las dos mayores plagas de la tierra,
que afligen a los míseros humanos.
»Apenas nos desuellan, se destina
para hacer pergaminos y tambores:
»Mira como los hombres malhechores
labran en su maldad su propia ruina.»