Un asno disfrazado
con una grande piel de león andaba;
Por su temible aspecto casi estaba
desierto el bosque, solitario el prado.
Pero quiso el destino
que le llegase a ver desde el molino
la punta de una oreja el molinero.
Armado entonces de un garrote fiero,
dale de palos, llévalo a su casa;
divúlgase al contorno lo que pasa.
Llegan todos a ver en el instante
al que habían temido león reinante;
y haciendo mofa de su idea necia,
quien más le respetó, más le desprecia.
Desde que oí del asno contar esto,
dos ochavos apuesto,
si es que Pedro Fernández no se deja
de andar con el disfraz de caballero,
a vueltas del vestido y el sombrero,
que le han de ver la punta de la oreja.