Un joven licencioso
se hallaba en un estado vergonzoso,
con sus males secretos retirado:
En soledad, doliente, exasperado,
cavila, llora, canta, jura, reza,
como quien ha perdido la cabeza.
«¿Te falta la salud? Pues caballero,
de todo tu dinero,
nobleza, juventud y poderío
sábete que me río:
Trata de recobrarla, pues perdida,
¿de qué sirven los bienes de la vida?»
Todo esto una fantasma le previno,
y al instante se fue como se vino.
El enfermo se cuida, se repone;
un nuevo plan de vida se propone.
En efecto, se casa.
Cércanle los cuidados de la casa,
que se van aumentando de hora en hora.
La mujer (Dios nos libre), gastadora
aún mucho más que rica,
los hijos y las deudas multiplica;
de modo que el marido,
más que nunca aburrido,
se puso sobre un pie de economía,
que estrechándola más de día en día,
al fin se enriqueció con opulencia.
La fantasma le dice: «En mi conciencia,
que te veo amarillo como el oro;
tienes tu corazón en el tesoro;
miras sobre tu pecho acongojado
el puñal del ladrón enarbolado;
las noches pasas en mortal desvelo;
¿y así quieres vivir?... ¡qué desconsuelo!»
El hombre, como caso milagroso,
se transformó de avaro en ambicioso.
Llegó dentro de poco a la privanza:
¡El señor don Dinero qué no alcanza!
La fantasma le muestra claramente
un falso confidente:
Cien traidores amigos,
que quieren ser autores y testigos
de su pronta caída.
Resuélvese a dejar aquella vida,
y ya desengañado,
en los campos se mira retirado.
Buscaba los placeres inocentes
en las flores y frutas diferentes.
¿Quieren ustedes creer, esto me pasma,
que aun allí le persigue la fantasma?
Los insectos, los hielos y los vientos,
todos los elementos,
y las plagas de todas estaciones
han de ser en el campo tus ladrones.
Pues ¿adónde irá el pobre caballero?...
Digo que es un solemne majadero
todo aquel que pretende
vivir en este mundo sin su duende.