Cierto gato, en poblado descontento,
por mejorar sin duda de destino
(que no sería gato de convento),
pasó de ciudadano a campesino.
Metiose santamente
dentro de una covacha, mas no lejos
de un gran soto poblado de conejos.
Considere el lector piadosamente
si el novel ermitaño
probaría la hierba en todo el año.
Lo mejor de la caza devoraba,
haciendo mil excesos;
mas al fin, por el rastro que dejaba
de plumas y de huesos,
un cazador lo advierte: Le persigue;
arma trampas y redes con tal maña,
que al instante consigue
atrapar la carnívora alimaña.
Llégase el cazador al prisionero;
quiere darle la muerte;
el animal le dice: «Caballero,
duélase de la suerte
de un triste pobrecito,
metido en la prisión, y sin delito.—
¿Sin delito, me dices,
cuando sé que tus uñas y tus dientes
devoran infinitos inocentes?—
Señor, eran conejos y perdices,
y yo no hacía más, a fe de gato,
que lo que ustedes hacen en el plato.—
Ea, pícaro, muere;
que tu mala razón no satisface.»
Con que sea la cosa que se fuere,
¿La podrá usted hacer, si otro la hace?