Cuando vieron mis ojos tu silueta querida
acercarse a la puerta de mi eterna clausura,
me creí que volvía para mí la ventura
que perdí en los mejores abriles de mi vida.
Emoción inefable, dicha nunca sentida,
me causó la presencia de tu regia hermosura,
y tu sana alegría derramó su dulzura
en la inmensa amargura de mi alma dolida.
Ante tu despedida un dolor me exaspera;
ser para ti tan sólo un amigo cualquiera
a quien pueda olvidarse por cualquier otro amigo.
Y profundo sollozo se me escapa del pecho,
porque en vano deseo levantarme del lecho
en que ha tiempo me angustio, para irme contigo.