Con el casco opulento alta la testa
recta y firme, el mirar como soñado,
sobre extendida garra la otra puesta
y ola de hierro el cuerpo recostado;
por su actitud de contenido empuje
e inmóvil en su estampa soberana,
¡cómo impone el león!... Si a veces ruge
como un metal resuena la mañana.
¡Oh, prisionero! ruges... Mas graciosa
llega la dama del vestido rosa,
que a tu cabeza que se humilla asusta
bajo el pompón de seda de su fusta...
Pues tampoco tu fuerza es un amparo
contra la dama del vestido claro.