Será una tarde gris y suave como
todas las otras tardes que se ven,
con su poco de sombra, con su asomo
de tristeza... ¿por quién?
Y nada bello habrá de nuevo, nada:
como siempre en mi mesa un libro abierto,
quizá una rosa ajada...
¡ah!, pero aquella tarde yo habré muerto.
Y se desprenderá en la suavidad
de la tarde fugaz mi espectro pálido,
y se levantará
como joven mujer del lecho cálido...
y seguirán cayendo como antes
igual que hojas marchitas, los instantes.