Hijo blanco y moreno de las mieses,
pan nutridor, mi sangre te incorpora.
Serás quizás al cabo de los meses
la viva luz que mis pupilas dora,
o en el cerebro el nervio de la oda,
o en la garganta el hálito vocal,
ya que la ley renovante cambia toda
materia en expresión espiritual...
Hijo triste y fatal de los sentidos,
¡oh, amor! En esto acabas: en canción.
Nada es estéril, no, ni la ilusión,
ni el sueño, ni los pétalos caídos...
Aun del mismo dolor de haber amado
se hace el Arte un trofeo conquistado.