La estival sinfonista en la alameda
muerde al pálido fresno y donde muerde
una incipiente yema el árbol pierde
y en su lugar lágrima de ámbar queda;
el leve y devorante fuego deja
aureolando en el cirio un lirio ardiente,
pero quema la cera: arde el presente
cándido y opalino de la abeja.
Pareciera que toda cosa bella,
(no digáis de la estrella),
vive sobre algún lloro y hace un mal.
¿Qué maravilla, pues, que, siendo hermosa
la que en mis labios es refrán y glosa,
me tenga herido el corazón tan mal?