La sirena fatal fuera piadosa
para el ilusionado por su canto
que a punto de caer rompiera el llanto
y gemebundo le dijera: ¡oh, diosa
del mar azul, perdóname! Tu encanto
apaciguado, deje a pesarosa
vejez que llegue al lado de la esposa
que en las ausencias he nombrado tanto.
La sirena le oyera... Pero es mía
suerte más despiadada:
y el alma olvida lo que tanto ansía
que es verse en ciego olvido serenada,
pues cuanto más la imploro más me oprime
y jamás mi sollozo me redime.