Sobre la dura hoja de un agave
vi esta tarde enlazadas iniciales,
dos letras —¿de qué mano? ¡Dios lo sabe!—
unidas como manos de mortales.
Que ya han muerto tal vez. O son felices.
O no se han vuelto a ver, pero tampoco
han vuelto para ahondar las cicatrices
pálidas que se cierran poco a poco...
Quien os contempla, pobres signos, prueba
el pesar de un mejor tiempo perdido...
Yo con trémula mano corté al fin
en la borrosa letra, letra nueva
para que aqueste amor desconocido,
sino en la vida viva en el jardín.