Arturo Herrera

El peso del mañana

A veces la cama es una tumba amable,
un refugio de sábanas
que intenta sofocar las tormentas.
El reloj no marca horas,
marca reproches:
¿Otra vez aquí?
¿Otra vez tú, contra ti mismo?
 
Sales, pero no del todo.
Arrastras los pies como quien arrastra cadenas,
el alma pegada al suelo
y los sueños, esos ingratos,
haciendo fila para renunciar.
 
El espejo no miente,
aunque desearías que lo hiciera.
Ahí estás tú,
tan derrotado como ayer,
pero tan obstinado como siempre.
Y ríes, claro que ríes,
porque la ironía es un bálsamo,
un recordatorio de que el infierno
es un déjà vu.
 
Piensas: No lo lograré,
pero ahí estás, logrando lo imposible:
respirar cuando todo pesa,
caminar cuando todo duele,
vivir cuando nada tiene sentido.
Eres la broma privada de la existencia,
la chispa que se niega a apagarse
en un mundo de cenizas.
 
Bukowski tenía razón:
el dolor no es un visitante,
es un inquilino que paga con lecciones.
Y cada vez que el sol te escupe su luz,
tú le devuelves una carcajada amarga
porque, aunque nadie lo note,
eres el héroe de tu propio desastre.
 
Así que sigues,
porque el mundo es un escenario
y tú, el actor que no se rinde.
No importa cuántas veces caigas,
siempre habrá un nuevo amanecer
que te rete a levantarte.
Y lo harás.
Siempre lo harás.

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