Arturo Herrera

El Espejismo del Horizonte

Nos enseñaron a vivir en futuros condicionales,
a caminar como si el presente fuera un trámite,
un puente inestable hacia el paraíso prometido.
“Cuando tengas”, decían, “cuando logres”,
y nosotros, dóciles, obedecimos,
persiguiendo sombras en el desierto del tiempo.
 
De niños, soñábamos con crecer,
de jóvenes, con conquistar el mundo,
de adultos, con un descanso que nunca llega.
El “seré feliz cuando...”
se volvió un mantra venenoso,
una brújula que siempre apunta a ningún lugar.
 
Pero un día, sin fanfarrias ni epifanías,
despiertas en el lugar que creíste meta.
Has llegado.
El diploma cuelga en la pared,
la casa tiene las llaves prometidas,
el amor tiene nombre y apellido.
Y aún así,
te sientes igual de incompleto,
igual de perdido,
igual de humano.
 
¿Será que nos vendieron una mentira bien envuelta?
¿Que la felicidad no se mide en logros ni posesiones,
sino en el polvo que recogemos en el camino,
en los instantes que dejamos pasar por mirar demasiado lejos?
 
Es irónico, ¿no?
Pasamos la vida escalando una montaña
solo para darnos cuenta de que la cima
no era más que otra llanura.
Nos dijeron que el destino era todo,
y olvidaron mencionarnos que la vida
está hecha del trayecto,
de las piedras, los tropiezos,
y las vistas que ignoramos por correr demasiado rápido.
 
Quizás, la verdadera lección
no está en llegar,
sino en aprender a detenernos,
a respirar,
a mirar alrededor y decir:
“Esto es suficiente.
Yo soy suficiente.”
 
Porque el horizonte siempre se aleja,
pero el ahora está aquí,
esperando a que lo habites.

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