Pasé junto a la reja de tu prima
que estaba con el novio,
y ni pasar me vieron. Me dio grima
y luego el triste agobio
de nuestra soledad. El que la cosa
no hubiese sido adrede
ene la hizo más punzante y más odiosa;
todavía no puede
conformarse, mi pecho. Y me decía,
siguiendo mi camino:
«¿estarán ciegos?» 'y el que no veía
sólo era y o .,. Es mi sino...
Perdóname, Teresa, que haga alarde
al mundo de mi duelo,
y que me pida el corazón cobarde
los ritos del consuelo...