Yo callé y tú exclamaste: «¡Qué bruto
el hombre se pone que cede a les celos!»
Avanzaba una nube de luto
que en un breve instante nos tapó los cielos.
Y del trueno estalló una centella,
sangre en llama viva, en que ardió la nube;
me dió miedo de mí tu querella;
nunca tanto miedo en mi vida tuve.
Desatóse luego el cielo en agua;
tú a llorar rompiste viéndome perdido,
y apagóse luego en tu llanto la fragua
que Luzbel maldito me había encendido.