Quiero dejar constancia, por si acaso me muero,
de este sabor amargo que a mi lengua devora,
de las textuales crucifixiones del tiempo en el que habito
como una miserable salamandra de fuego.
Un breve animalito que corre por un sueño,
un venado en la sangre pastando en el vacío.
Por si no sobrevivo, dejo
la humana muerte como una oscura bofetada,
los cuchillos que el tiempo
engendró en mi memoria y mi carne,
los perennes clavos que me cruzan las manos.
Sé que el tiempo borrará todo esto
y el temblor de mi pecho gastará una memoria
que delata en la noche mis vagos ademanes,
(Sólo he sido valiente con mis pensamientos.)
extrañas teorías, mordiscos de estos perros
que lamen mis estigmas,
esas desgarraduras que esperan realizarse,
los sucesivos envejecimientos, las trampas y guaridas:
erratas de mi vida.
Quiero dejar escrito, por si no sobrevivo,
de este miedo insaciable, mis insatisfacciones.
De esas cosas que siempre, por lejanas, se pierden.
Con mis pasos de enano por la tierra de nadie
me he bañado en un río que parió la leyenda
buscando la juventud que nunca tuve
(Yo nací arrugado.)
y han gritado: ¡Una rana,
una rana gigante ha caído en las redes!
Yo no soy de esa raza vana de Adonis,
pero estas sucesivas burlas y mezquindades
me han hecho doloroso y sagaz. Envenenado.
En mis desahogos penetro en la cocina
y estrangulo las gallinas,
degüello a los carneros, y su sangre lustral
limpia y opaca un tanto el odio.
Hay en mi almita una carnicería que no puedo evitar.
De todas estas cosas quiero dejar constancia,
como si fuera mi testamento.
Para cuando sea un nómada del aire venturoso y no pueda
detener, por esa lápida que todo lo perdona,
mi planta fatigada.