En la mojada tarde los cangrejos irrumpen
entre el fango sangroso de la orilla del río.
Otros animales son como diosecillos
que se pudren silenciosamente al viento.
A un hombre le aterraban los espacios infinitos;
a mí la vida y este mínimo sendero
que va de mi casa a la cervecera
y de La Marina hasta el puente.
Pero yo sólo creo en el amor
y en esas breves espinas
y en los peces que se prolongan en sus márgenes
con sus vientres hinchados. Verdes moscas metálicas (cantáridas)
y negras. En las profetisas revoloteando y en un insecto
traslúcido que guía mis pasos a contrasombra.
Brota la vida de sus humildes cuevas
y me saludan.
Me agrada ser el que se borra sin creer en nada.
El universo es este caminito,
el que me fortifica y me amplía
el que me aparta de los hombres malos
el que me justifica ante esos perros, esos gallos,
esos corderos que se inflaman y dejan que brote el sol
de sus entrañas,
esos hermanos míos que se marchan...
fieles, quejumbrosos y únicos compañeros en esta travesía.
Y yo no creo en Dios, pero de toda esta podredumbre
renacerá la vida...