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Luis Marimón

Carne

El corazón del tiburón, después de ser sacado,
sigue latiendo.
La carne de la jicotea cocinándose en la olla, en sus espasmos
se mueve.
La jutía, decapitada y descuerada
salta encima de la mesa...
 
¿Cuándo vendrán a buscarme?
Escucho el sonido de sus botas pero lo que se
pierde en la vida se gana en eternidad.
Es lo que hemos tenido
que pagar por vivir
y es que también despertar tiene un precio.
Estamos llenos de piojos,
esta tripulación está deshumanizada,
las únicas semillas que fructifican son las de la sal y el veneno;
tenemos que fabricar los ladrillos que rodearán nuestras celdas
y cubrirán las tumbas,
nuestro jornal es el de andar muy tristes
y solos.
En las calles nos entendemos con gestos,
nuestras miradas son oscuras como pozos ciegos,
las lágrimas traen en su peregrinaje
todo lo errante, amargo del mar...
Ah, nido espantado de su pájaro;
ah, niño absorto ante las hordas que lo aplastan...
¿Cuándo vendrán a buscarme?
Me pesa el sudor en la piedra,
la enorme cabeza en el cuerpo,
mi sombra arrastrándose a mis pies como un perro apaleado
y de quien tengo también que desconfiar.
¡Quién pudiera dormir sin pensar
alguien vendrá a buscarte
o incluso, puede estar debajo de la cama
vigilando tus sueños,
lo que dices en ellos,
interpretándolos;
quién pudiera soñar!
Un carro ha frenado frente a mi puerta.
Un estremecimiento como cuando
se nos pudre un ganglio en las axilas
o nos cae en la muela cariada un pedazo de hielo.
Con los agonizantes se hicieron los cimientos del cielo.
Por ello, siempre ha habido un sordo clamor
que se ha equivocado en lo alto.
¿Cuándo se hará realizable el hombre y cuándo
podrá vencer tanta falacia y cerradura?
Perplejo, oculto en la urna la enorme
cantidad del espíritu de mis abuelos,
los moradores taciturnos de la conciencia humana.
 
Me despojan de la madre y del hijo,
 
de los caminos y los barcos,
de mis papeles y mi tierra,
pero no del canto.
Ese no será ya de mí arrancado.
Es el supremo instante de concluir con este juego
de ratón encadenado vs. gato insatisfecho.
Marcho jubiloso hacia una muerte que sé,
no es definitiva.
Y sólo tengo miedo de no ver el Día.
Amanecerá mañana, estoy seguro,
¿pero vivo?
El universo gira como un péndulo ciego.
 
Mas, cuando hayan transcurrido los días
y sea el Tiempo de juzgar a los justos
y a quienes los mataron,
Él recordará el corazón del tiburón,
los huevos que dejó la jicotea en la arena,
los nervios de la jutía.
Pero ante todo,
la carne de los que luchan, sufren y mueren,
será la primera
en ser resucitada...

El demonio del arpa

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