Relato en verso para niños y jóvenes. Literatura infantil y juvenil de la isla de Santo Domingo.
Al distinguido amigo Rafael Peralta Romero
y a mi apreciado primo Miguel Minaya.
Presentación de la obra
Historia del niño René Rosales y de la flauta encantada es una obra singular dentro de la poesía infantojuvenil hispanoamericana. Concebida como poema narrativo dividido en siete cantos, este texto articula una estética de lo maravilloso con una profunda sensibilidad espiritual, sin descuidar el rigor formal ni la claridad expresiva. Su protagonista, René Rosales, es un niño flautista cuya música desencadena milagros, transforma la vida de su pueblo y perdura incluso después de su muerte, en una atmósfera de ternura, asombro y trascendencia.
En el plano literario, la obra se sostiene por su lirismo constante, una construcción simbólica coherente y un dominio natural del ritmo y la imagen poética. El texto emplea un lenguaje claro, pero no condescendiente, musical pero no afectado, y alcanza momentos de extraordinaria y sublime belleza, como en la visión del Misterio que cabalga para encontrar al niño, o en el emblemático verso reiterado: “pero la flauta tocaba”. Esta frase, que opera como leitmotiv, simboliza la persistencia del arte, de la inocencia y del alma humana más allá de la muerte.
Uno de los mayores logros del poema es su capacidad para hablar a distintos niveles. Para el lector joven, ofrece una historia accesible, emotiva y cargada de imágenes inolvidables. Para el lector adulto propone una lectura profunda sobre el poder del arte, la memoria, la muerte y la comunicación espiritual. En este sentido, el texto se inscribe en la tradición de obras como El principito de Antoine de Saint-Exupéry, La composición de Antonio Skármeta, o incluso Piedra de sol de Octavio Paz, en cuanto a la fusión entre lo simbólico y lo afectivo, aunque con un registro mucho más enfocado en la modalidad infantojuvenil.
Comparado con otras obras de la poesía infantil y juvenil hispanoamericana, el poema de Leopoldo Minaya destaca por su ambición estructural. No se trata de una colección de poemas breves ni de un relato en prosa poética, sino de una composición extendida, con una arquitectura narrativa dividida en episodios que avanzan desde la infancia cotidiana hasta lo sobrenatural. Esta dimensión lo acerca a ciertos modelos de la tradición oral afroantillana y cristiana, donde el arte, la fe y lo popular se entrelazan en una experiencia total.
El texto logra, además, integrar referencias culturales y geográficas concretas (Nagua, el Yuna, Las Terrenas, El Factor) que anclan la historia en el territorio dominicano sin limitar su universalidad. Esta técnica lo emparenta con autores como Gioconda Belli o Jorge Argueta, que escriben desde lo local para alcanzar lo universal. Además, la inserción de una figura como el catequista o el poeta-personaje que interroga a la flauta, remite a una tradición espiritual que recuerda tanto la poesía mística como la narrativa hagiográfica.
En suma, Historia del niño René Rosales y de la flauta encantada es una obra de alta calidad literaria, tanto por su factura formal como por su profundidad simbólica y emocional. Es una pieza que puede conmover, acompañar y elevar al lector joven, y que merece un lugar entre los textos fundamentales de la poesía infantojuvenil de Hispanoamérica y del Caribe hispano. Como toda buena literatura, trasciende su categoría de “para niños” y se ofrece como un himno sencillo y limpio a la belleza que persiste, incluso cuando todo parece haber callado.
Elizabeth Soroka
New York, 2003
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HISTORIA DEL NIÑO RENÉ ROSALES Y DE LA FLAUTA ENCANTADA
I
El niño René Rosales
—el de las manos rosadas—
aprendió a tocar la flauta...
¡muy bien la flauta tocaba!
Sentado en su banquetita,
el niño René soñaba:
Él, ya de grande, sería
el que mejor la tocara.
Tocaba en días festivos...
y hasta en las clases tocaba.
Llenó de música y tonos
los rinconcitos de Nagua.
Llegaban mil pajarillos
al soplo de la mañana:
borrachos de melodía
a su alrededor volaban.
Los hombres iban al campo
y cumplían la jornada;
sentado en su banquetita,
el niño René soñaba.
Las madres –en sus tejidos,
en el hogar se ocupaban–
descansaban a las cinco...
René Rosales tocaba.
Yendo a la escuela, o viniendo,
con su hermano y con su hermana,
todo el trayecto René,
el gran flautista, tocaba.
«Aquí nació otro gran músico
para el orgullo de Nagua,
mas no con acordeón,
sino con candor y flauta»,
la gente por los caminos
decía maravillada.
Así, hasta San Francisco
y Sánchez y Puerto Plata
y Las Terrenas... corría
de boca en boca su fama.
* *
*
II
—¿Por qué se ve a tanta gente
aglomerarse en la plaza?
—Porque hoy celebra el nagüero
su día de acción de gracias.
Devotos y practicantes
van a la misa temprana;
oficia el padre Emiliano
con su sotana bordada.
Luego, fiesta y alegría:
tambores, güiros, maracas,
resueltos acordeones,
marimbas, tubas, guitarras.
Desde el puente de Soldado
tres procesiones arrancan
y en las tres se ha visto al niño
René; se ha visto la flauta...
Sopla, sopla... Él embellece
con ritmo unas alabanzas
que suben hasta los cielos
prendidas de las plegarias.
... Y del ritmo que fluía,
subía y se tramontaba...
caían copos de nieve,
capullos de flores blancas.
—¡Padre Emiliano Tardif,
mire qué cosa más rara:
En el brasero del trópico
cae una nieve sagrada!
—¡Padre Emiliano Tardif,
al despuntar de esa flauta
y al accionar de esa nieve
sordos oyen, ciegos andan!
(Cojos ardientes de júbilo
fueron a dar a Telanza;
mudos cantaron a coro
cantares, coplas, tonadas...
y al suceso se le asigna
una especial relevancia
por ser la única vez
que cayera nieve en Nagua).
* *
*
III
Se oía un rumor de cerro,
piedra, viento, cielo y agua,
como un rayo que partía
las lomas de Caya Clara.
Rocas rudas, piedras vivas,
peñas dulces, conchas malvas,
caminos despavoridos,
rumor de arena y de playa.
Por las colinas azules,
franqueando las alambradas,
una insondable figura
relucía y cabalgaba.
(Se guarda con una pluma,
no con florete ni espada).
—¿Quién eres?
—Soy el misterio
sediento de las palabras...
—¿Qué buscas?
—Busco a René,
que vive al sur de La Arcángela,
el balneario de rocas
hundido entre las montañas...
Con su música y mi canto
haremos en consonancia
el himno en que fraternicen
todas las almas humanas.
Así dijo; y, ondeante
la capa tornasolada,
marchose a todo galope
en su caballo de plata.
* *
*
IV
[Habla el Misterio de las palabras]
—He venido desde lejos,
desde el borde de la noche,
donde se mece el sonido
y el silencio es raíz.
«Vengo buscando al niño
que toca la flauta
como quien habla
al alma de los árboles.
«He atravesado montañas
y ríos,
he escuchado
el temblor de la tierra
cuando suena un canto.
«Tú, René,
que despertaste la música
dormida en las piedras,
has hecho que las aves
olviden su miedo.
«No traigo órdenes,
ni mapa,
pero traigo un anhelo
que no cabe en mi voz.
«Unamos
tu flauta y mi palabra,
busquemos juntos
el sonido
que hermane a los hombres.
«Un himno
sin trono,
sin precio.
Sea un himno
que abrace.
«Ven conmigo.
Compongamos algo
inolvidable,
aunque el mundo calle,
algo tan limpio
como el agua en los ojos
de quien perdona y olvida».
[Responde René]
—Te he escuchado
cabalgar
como un río que sueña.
«He sentido
tu voz sin forma
rozar mi frente
como la brisa.
«No tengo nada.
Solo esta flauta
y mis dos manos.
«Pero si basta,
te las ofrezco.
«Si tú traes
el canto del alma,
traeré
la música.
«Vamos juntos.
No preguntaré
a dónde.
Solo que suene
claro el himno.
Solo que llegue
a todos.
«Estoy listo.
Parte desde el silencio,
y soplaré
y solplaré
y soplaré...»
* *
*
V
Pero diciembre, con lluvias,
se nos llevó la esperanza:
el prodigioso René
el Flautista, enfermaba.
Rápidamente, sin tiempo
de que el sopor se explicara,
las altas fiebres, la tos,
imponían sus palabras.
La hermana pedía al Divino
por su hermanito del alma;
en cada rincón, la madre
lloraba desconsolada;
el padre, hundido en la pena,
un ataúd fabricaba...
* *
*
VI
El niño René fue cielo
un lunes en la mañana,
mientras el sol, con su veste,
entraba por las ventanas;
guardaron todos silencio...
pero la flauta tocaba.
A la salida del templo
el ataúd resaltaba;
un cántico de tristeza
la multitud entonaba;
después calláronse todos...
pero la flauta tocaba.
El enterrador abría
la tumba, hundiendo su pala;
el cura alzaba la voz
porque el sonido no ahogara
lo que decía... y se dijo:
«¿Por qué esta flauta no calla?»
... Así pasaron los meses
y semana tras semana
notas de flauta fluían
los lunes en la mañana.
Cuando diciembre de nuevo
su trajinar asomaba
por el nordeste, la gente
del pueblo no se explicaba
que, a un año de muerto el niño
René, la flauta tocara...
Y un hombre contemplativo,
de muchos años y barbas,
opinó:
—Solo un poeta,
que sabe cosas del alma
y habla a los dioses, podrá
alguna vez descifrarla.
Vieron venir a un poeta,
un tal Leopoldo Minaya.
Habló a la flauta, le dijo:
—¡Dinos, flauta, lo que cantas!
Si quieres decirnos algo,
entenderé tus palabras...
La flauta respondió entonces
de la manera más llana:
—No entono canto ninguno
ni quiero decirles nada:
yo estoy llorando a René
y a sus manitas rosadas.
* *
*
VII
Jesús López, catequista
de vocación misionera,
fue nombrado en aquel tiempo
presidente de asamblea...
Inició peregrinaje
desde El Factor... y en Las Cejas,
cortando los arrozales,
halló un puente de madera
(era un puente sobre el Yuna,
de tablones y traviesas...,
a un palmo de la casita
en que los Mora vivieran).
Jesús López, catequista
a cargo de la asamblea,
levitando sobre el río
le puso fin a su prédica:
«Hermanos, ¡las maravillas
que hemos visto como iglesia!
Nieve sagrada... misterios...
milagros... ¡de qué manera
la Gracia nos comunica
su Alta y digna presencia!
«Hemos visto a los milagros
caminar por la vaguada,
vimos al niño flautista
despertar la luz del alma.
«Que no os inquiete la muerte
cuando es tan dulce su marcha,
pues hay quien encuentra el cielo
cuando su tierra se acaba.
«Vivid en paz, como hermanos,
y en sana correspondencia;
haced de la vida un cántico,
una jornada fraterna...
«Idos en paz. Sed hermanos,
trataos con indulgencia,
y que os alumbre la lumbre
que emana de la conciencia...
«y si piensan en René,
no lloren ni se entristezcan...
porque él era solo un ángel
que pasaba por la Tierra».