No soy la piedra que mató a Goliat
—a matar no me enseña el cristianismo—,
soy la piedra angular, soy basamento
bañado eternamente por un río.
Diversidad de piedras meteóricas,
alto y raro universo que respiro,
astros (lunas y soles y planetas)
que lucen, como dedos, sus anillos:
no soy la piedra de discordia.
En vano
arrimose Satán a mis oídos.
¿Piedra filosofal?
¡Nada tan bello!
¿Piedra de toque?
Duelo y esclavismo...
(Pero aquel que llegare hasta estas letras,
piedra filosofal es en sí mismo
—piedra filosofal que frote piedra
filosofal dará... oro macizo—,
y si hiciese brillar este poema
al colocar la piedra de su espíritu,
afirmando o negando o descreyendo,
será dueño de un tercio de sus símbolos
... y en completa equidad, pues corresponde
—cual tributo al ambiguo logaritmo
recargado a los hombros de los hombres–
otro tanto al azar...
o a los designios.)