Una danza me ciñe la sangre,
un torbellino de luz,
una música sin origen
que despierta al mundo.
Oh, fuego,
oh Aliento, raíz de todo aliento,
hazme umbral y pájaro,
órbita de júbilo,
punto donde el tiempo se anule
y la llama arda sin consumirse.
No haya párpados en mí,
sino un río de claridad que abra su cauce,
un temblor,
filón de estrella
que cante y se quiebre
en la tersura del vacío.
Los astros enmudecen cuando pasas,
y el mundo se curva
en la gruta oculta de tus manos.
Mis cenizas aún guardan un fulgor:
el tuyo.
En mi herida siembras la espiga ardiente,
y en mi nombre disuelves tu infinito.
¿Soy yo quien danza, Danza,
o el abismo que me habita
ha sido engullido por tu pulso?
Danza de nadie,
danza sin rostro,
danza que es la respiración de Dios
y su secreto.