Voy hacia ti como el río que ya no encuentra cauce.
Nada queda de mí sino un temblor sin nombre,
un rizoma desnudo y un himno sin labios...
Ya no soy.
¿O sí?
Soy la herida de luz,
el instante en que el mosto es solo fuego...
Soy la estela, mas el vuelo ya no me pertenece.
Soy voz sin dueño y ceniza que canta.
Si callo,
serás en mi carne la ola sin orilla,
el filo de la llama en la última tiniebla,
la única palabra que arde, arde, arde...
Llévame. Lléname.
No hay peso.
No hay cuerpo.
No hay miedo.
Solo la abierta herida de tu nombre insondable.