Versión abreviada como artículo de prensa.
Por Leopoldo Minaya
La Divinidad nos constituye y nos excede. Somos divinidad por defecto y en defecto. Somos, sí; pero somos meros fragmentos de la divinidad expandida; por tanto, por razón e intuición, nos convencemos de que Dios es entidad superior a nosotros en ordenamiento, poder y jerarquía.
El enunciado precedente nos sirve como punto de partida para la elaboración de una teología racional que ofrezca explicación convincente, incontestable, última y definitiva del mundo y su realidad; elucidación ostensiblemente fuera del alcance de la religión y las teologías al uso, por ser estas solo muestras de culturas humanas sometidas a espaciotemporalidad, o intentos del hombre para dar sentido a una existencia que se le revela inexplicable.
Todo cuanto existe, todo cuanto «es», material o inmaterial, conforma lo que denominaremos en esta teodicea «presencias universales», totalidad y partículas de Dios con mayor o menor grado de perfección en el mundo real.
He aquí las presencias universales, su orden y su jerarquía, establecida esta última en función de los atributos de la Justedad y la Compasión (gradación natural del mundo):
1.- La Divinidad, o verdad absoluta;
2.- La Ley divina;
3.- Las entidades puras;
4- Las almas que ascienden a la ululación del Canto y a la contemplación de las divinas Formas;
5.- El reino mineral;
6.- El reino vegetal;
7.- Los profetas;
8.- Los poetas iluminados;
9.- Los sacerdotes;
10.-Los hombres sensibles y piadosos;
11.-Los hombres en su estado natural;
12.-Los animales mansos e inofensivos;
13.-Las formas de vida microscópicas e infinitesimales;
14.-Las fieras y los animales agresivos y ponzoñosos; y
15.-Los hombres degenerados por el egoísmo, el mal, la violencia y la voluntad de dominio.
Ahora voy a recapitular y abundar sobre estos entes, estas presencias universales; en algunas daré explicación lacónica, denotando ahora que se bastan a ellas mismas.
La Divinidad es la Divinidad: verdad absoluta.
La Ley divina es el ordenamiento del cosmos. ¿Y cuál es el orden del cosmos? La Justedad, con sus tres facetas cardinales actuando como desmembraciones: la verdad, la bondad y la belleza, o lo que es lo mismo decir: lo verdadero, lo bello y lo bueno, categorías ya reveladas a los hombres desde la antigüedad, que conforman hoy postulados estéticos y filosóficos. Esta ley u orden del cosmos, de movimiento ascensional y descensional, se regula por la justedad de los entes y se halla intervenido por una sola excepción: la gracia divina de la Compasión, es decir, de la Misericordia.
Las entidades puras son los arquetipos que prefiguraron Platón y Agustín de Hipona. Envían emisiones a sus respectivos tipos, centelleos especializados: el arquetipo del profeta envía emisiones específicas al profeta (pulsiones proféticas); el arquetipo del poeta, al poeta (pulsiones poéticas); pero no son todos los poetas; son los poetas iluminados, que anhelan comunión con lo divino; y no todos son líricos: incluyen al genio de ciencia y a los glosadores de la razón, que comparten con los profetas y los cantores sagrados los arcanos de la lengua y el pensamiento.
Hay arquetipo para el poeta, para el profeta, para el sacerdote, para la Ley Divina y para todo otro elemento colocado por debajo de la Ley Divina, ley que es arquetipo de los arquetipos. Dios es el arquetipo de la Ley Divina, única entidad que podría estar hecha a su imagen y semejanza. Dios está colocado por encima de los arquetipos, por tanto: no necesita arquetipo; es Arquetipo del arquetipo de los arquetipos, por ende, es Arquetipo de Sí mismo.
Los arquetipos ejercen irradiaciones sobre los tipos o copias para ayudar a perfeccionarlos, atrayéndolos hacia sí, como si se tratase de una fuerza de gravitación o atracción de masas y, consiguientemente, llevarlos en proceso ascensional hacia lo divino, porque todo tiende a lo divino (la mayor «masa»), salvo el mal generado por el albedrío («libero Arbitrio»), mal que no pertenece a Dios, sin dejar de pertenecer subyacentemente a Dios en la consumación de su Paradoja fundacional.
Las almas que ascienden a la ululación invariable del canto y a la contemplación divina... fueron formas terrenales de vida que, por mérito y uso considerado del libre albedrío y de los dones (pensamiento, conciencia, compasión, etc.), se hicieron gratos a los ojos y a la misericordia divinos, alcanzaron la trascendencia atemporal, y ululan y contemplan las Formas divinas en goce eternal en proporción, medida y promedio valorativo de sus escogencias de voluntad libérrima en sus vidas basales u ordinarias.
Se subraya: el adelanto ascensional se logra a través del sabio ejercicio de la facultad de libre albedrío... o por medio de la misericordia divina.
La orden del profeta se alimenta de su arquetipo; es una hermandad reservada para los escogidos por la divinidad para hablar en su nombre al resto de los mortales, a los minerales, a los animales y a las plantas; los cubre el manto de la Divinidad porque ella los levanta.
La del poeta iluminado es función derivada de su arquetipo, que la modela; acceden a este orden los hombres al través de la búsqueda de la sabiduría por medio del estudio de la verdad del Cosmos, de la consumación del canto y la contemplación de la belleza divinal y natural. Cuando Newton postuló que «los cuerpos se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de sus distancias [F=(Gmm)/r]», por ejemplo, se trascendió la condición ordinaria del hombre, como lo hciera luego Einstein al precisar los límites de sus alcances.
A los poetas los cubre el ominoso manto de los mortales, pero yacen a la sombra del manto divino, que los orienta y protege. Son entidades mundanas, pero palpan lo inasible, auscultan lo insondable, escalan el pináculo de la emoción trascendente, del sentir eminente, de la elevada hermosura: tres laderas místicas de ascendencia divina. El poeta puede dirigir su hacer hacia lo humano o hacia lo divino. En el caso primero, su arte constituye una forma de disconformidad o de autoafirmación al creerse desheredado de la condición divina; como tal, su existencia es terrena y mundana. En el segundo caso, cuando enfila amorosamente su hacer hacia lo eternal, actúa como mantenedor del Canto, que es a la vez cósmica sabiduría. El canto: entidad eterna e infinita que revela a los hombres misterios fundacionales.
El poeta subsume al filósofo y al teólogo bajo el hábito de un monje a un tiempo que mundano, sagrado. Centauro del cosmos: impulsa su musculatura mundana con sus cascos hieráticos.
El poeta iluminado (exopoeta), el profeta y el sacerdote realizan intervención e intermediación para mejoramiento de la especie humana, para ayudar en la autoredención de los hombres, para elevar los entes en general hacia la belleza inmanente del rostro de la Divinidad. (Toda redención real es necesariamente divina, porque el hombre no tiene capacidad para redimir al hombre, salvo a sí por acto de voluntad). Arte de profecía, arte de poesía, arte de predicación: artes de intermediación.
Un mundo en el que este orden natural se encuentre, no ya alterado sino invertido por mal uso de la razón, los dones y el albedrío, desata el mal sobre la tierra, pues el mal no existe en ninguna otra coordenada interestelar. Mundo sombrío en que: 1) la verdad no se dice, 2) la verdad no se debe ni se puede decir, 3) se cubre la verdad con la mentira para mejor resguardo, 4) se asume y predica la cubriente fabulación como nuda verdad para poder ser exitosos ante los hombres y entre los hombres, 5) callamos mientras se escarnece a aquel que por excepción pronuncia una verdad; por ejemplo simbólico: un mesías que se crucifica, un Esteban que se lapida, y 6) se enaltece, se exalta y se glorifica al mártir solamente cuando ya no constituye desafío para el investido orden invertido; y así vivir..., mientras nos aprestamos dispuestos y placenteros a repetir inacabablemente el apretado cíngulo... Mas dice el poeta:
Conduélete de la humanidad, Señor, alejada de tus leyes,
adicta a sus leyes propias, sentando la iniquidad
como la norma...