Leidy López

Trece de julio de dos mil quince

El único cielo que tengo aquí está en un estado extático, inconsciente; mi cielo, mi único
cielo, a esta hora duerme tumbada en un lecho de sueños; olvidada de mí, olvidada del
mundo; no va a despertarse todavía porque su cuerpo no tiene la osadía suficiente para
levantarle de su absorto estado. Su cuerpo cansado de bailar o de no hacerlo, la deja
sumida en una narcosis que yo no puedo alcanzar.
 
No puedo porque me duele la vida, lo descubrí porque todo el aire que entra por mi nariz
arde tanto como para lograr calcinarme el sueño; pobres de mis sueños incinerados,
quién pudiera enseñarles a vivir como un ave fénix; más muertos que mis muertos están
mis sueños.
Además de ese aire flameante en los orificios de una nariz fúnebre, tengo sabor a
podredumbre, mi boca casi inerte no funciona porque la está matando la vida, lo sé porque
me duele, me duele la garganta, está atravesada por mil agujas que me desangran las
palabras, me desangran los besos.
 
Y esta soy yo, escribiendo con gripa y con Clavelez dormida.

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