Leidy López

A Marta y Tránsito

Marta y Transito escribieron juntas que la vida está hecha de sonrisas, en sus bolsillos traseros del pantalón llevan botellas de cocacola vaciadas del líquido negro y rebosantes del bien amado Chakuko. Tambaleantes y “enchumadas” como suelen llamarse una a la otra por su estado de afortunada ebriedad, parecieran erguirse y levantar su metro cincuenta de estatura y levitar en el estado absorto de la embriaguez.
No es tan siquiera de noche, pero Marta y Transito están ebrias, ebrias con la vida que las juntó para ser irreverentes a través de sus ademanes picarescos que invitan a cualquiera a enchumarse con ellas. Ahora, estas señoritas de la carretera de El Salado, dueñas de la tarde que se derrama en tonos anaranjados, caminan juntas a sus casas. Marta que vive a tan sólo unas casas después de la fiesta, tiene suficientes 26 años para levantarse con el sol y hacer la visita matutina a las vacas, acariciarles las tetas para exprimírselas sin remordimiento alguno y llevarse consigo la leche.  Y luego, más cerca del acontecimiento vespertino, repetir la rutina saltando de vaca en vaca como de copa en copa.
Tránsito en cambio, vive a una hora de donde Marta, seguro caminar tanto sola después de dejar a Marta la joven es lo que le ha hecho llenarse los ojos de un centelleo de luz que la acompaña siempre que pasea la mirada en otras gentes. Es como si su mirada invitase a seguirle su travesía para explicarse por qué sus ojos juegan tan bien con sus cachetes colorados. De Transito no sé mucho, me gusta su risa y lleva las manos untadas de tierra como Marta, vino al convite de la semana pasada y pude verla salir y entrar muchas veces, de esas veces una me miró y me dijo linda.
Yo soy una flor en el sendero de la casa de Marta, me embriago con el olor dulcecito del Chakuko cuando lo traen de Cumbal en los jarros plomizos de la leche.
Escucho las conversaciones de Marta y Tránsito y aunque la risa de Tránsito sea lo suficientemente aguda para una flor, se reparte toda por el resguardo del Gran Cumbal como un agasajo clemente y generoso para los rostros sin risa.
A Marta le gusta vivir en Llorente, un pueblo que está más cerca del mar, donde la familia tiene una finca y no hay vacas, sólo coca. Dice que es más dinero pero también le gusta el clima.
No sé dónde quiere vivir Tránsito, ojalá quiera quedarse y decirme linda siempre que venga, que sus manos sigan siendo el asilo de la tierra de El Salado
Si se va Marta, puede que Tránsito se quede como una niña inerme sin arrullo y puede que hasta yo me marchite. ¿Y las vacas, Marta?

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