Jocelyn García

BABEL.

Para Jorge...

Babel.
La famosa torre de Babel, la torre con la que el hombre iba a ser capaz de tocar el cielo.
Hoy en la mañana lloraba, tan desesperadamente, porque después de sobrellevar poco a poco tu partida, me encontraba en lo que conocemos bien.
En calma, en la habitualidad, en donde no pasa nada diferente, pero la vida no se siente cruel.
Habías aparecido después de tanto tiempo para remover mis sentidos, darme un beso al aire, recordándome tu esencia para desordenarlo todo y volverte a ir.
Hoy no lloraba por extrañarte, ni siquiera por la rabia de tu descaro al  aparecerte así.
Te conozco, sé que la dramatización es tu fuerte y soy  fanática de esas puestas en escena.
No, hoy lloraba por nuestra Torre de Babel.
Desde los inicios pintaba para ser algo majestuoso, envidiable y único en su tipo.
Un proyecto de vida tan grande que era una ofensa para el resto del mundo, con su habitualidad y falta de espontaneidad.

Tú reclamabas por que no podía recordar lo bueno, en un tono desesperado como si estuvieras gritándole a una estatua  sin expresión y sin vida usando todos tus recursos para hacerme volver.

Al tiempo que yo quería hacerte entender que mis manos están tan atadas que no tengo cuchillos ni herramientas para desatar este nudo de la historia, para liberarme y liberarte a ti y que podamos ir corriendo juntos por aquella salida.
Esa mi amor es nuestra torre de Babel, porque cuando tú en sueños y por medio de cartas cifradas me buscabas yo infería que cada día mi barco se alejaba más y más.

Cuando tú me querías proteger y proteger mis alas para que nadie más pudiera verlas con el miedo de que me las fueran a cortar, yo quería mostrarte mi vuelo, la misma jaula que usabas para cuidarme lastimaba mis plumas, y al extenderlas te alejaba cada día porque pensabas que eran mi herramienta de huida.
Lo mismo sucedía cuando yo quería que corrieras, sin pensar  que tus pies  ya sangraban,  tú veías el desgaste de tu zapato, te sentabas, llorabas y yo pensaba que no querías caminar.
¿Sabes por qué funcionábamos cuando estábamos solos?
Porque no había ruido, porque ahí, en ese mundo, no necesitábamos palabras.
Con los ojos entendía como me querías, por  cómo te abrazaba sabías que mi única ilusión era cuidarte. Ahí bailábamos al mismo ritmo, la misma canción.
No le reclamo a Dios la mala temporalidad de nuestro encuentro, ni siquiera los desafíos, pues otros han enfrentado la muerte de su ser amado.

Que pienso ahí se encuentra la resignación más rápido.
A Dios le reclamo que no hayamos podido entendernos, entender la forma de amar.
No nos faltaron ganas, nos faltó paciencia, nos faltó comprensión.
Lloraba desesperada porque sabía que no volvías para pelear pero como en algún ensayo de una escena donde has repasado una y otra vez tu dialogo al momento del acto acabas equivocándote diciendo otra cosa que no tenía coincidencia con el libreto, los movimientos se entorpecen y al final la obra no se entiende.
Y cuando uno quería el otro no.

Cuando uno se resignaba, el otro empezaba a extrañar
Cuando yo quería correr, tu buscabas parar y viceversa.
Me imagino la impotencia y también la comparto, de ver su torre casi alcanzar al cielo, cuando de repente se desmorona, cuando ya ningún plan funciona y se encuentra totalmente  desahuciada, no al olvido pero si a la renuncia.
Y es que poner un ladrillo más resultaba muy difícil, y serían las mismas peleas, los mismos desacuerdos y los mismos malentendidos.
Sin entender y sin siquiera intentar aprender el idioma del otro
porque  nos comía el tiempo.
Porque creemos que nuestro idioma es el correcto.
Porque culpamos a quien habla distinto y creemos que en vez de una palabra bondadosa nos maldice.
Ayer como último intento le llame dos veces, en ninguna respondió, tal vez estaba ocupado o tal vez la ignoro por yo haberle dicho el día anterior que ya me encontraba mejor desde su partida.
Solo quería preguntarle por qué llevaba ese celular que poco ocupaba, por él, Solo quería saber por qué seguía encendido con la esperanza de recibir algún mensaje mío.
No insistí porque nada ha cambiado, solo es minimizar el dolor de vivir sin tenernos.
Sin el mismo idioma y con interpretaciones erróneas pasaríamos estas idas y venidas hasta el fin de nuestros días, viendo como la Torre se deforma, con ladrillos que siguen dando altura, pero cada vez más débil en la punta.
Siempre fuimos ambiciosos y los dos nos negamos a volver a construir algo nuevo, pues ver nuestro proyecto inconcluso nos mató en vida.
Él se mudó a su antigua casa donde ya habitaba con muebles y un pequeño  jardín.
Yo no tenía un lugar al cual regresar así que seguí escribiendo, aprendiendo y obsesionándome con la estructura de una Torre, viendo a lo lejos lugares, casas para algún día hacer la mía.
Ha pasado poco desde que abandonamos la ciudad pero un consejo que nos podría dar, seria inventar un idioma nuevo, profundizar no solo en lo superficial de la palabra si no acompañado de la expresión y sonido para así darle otro sentido y tal vez lleguemos a entender que cuando decimos
Te amo.
Significará Te amo hablemos el idioma que hablemos, no habrá espacio para la duda, la inquietud y la confusión.

Mi único consuelo es que a pesar de que la Torre de Babel fue un proyecto inconcluso, sigue vigente en la historia.

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