Van Gogh fue al peluquero un día,
pero pidió solo media rebaja:
“El arte, como la oreja,
es mejor cuando falta un pedazo”.
Dalí llegó tarde a una reunión,
porque su reloj, claro, se derritió.
“El tiempo es tan relativo”, decía riendo,
“que a veces me espero a mí mismo... y nunca llego”.
Picasso pidió pizza con forma cubista,
y al ver la caja cuadrada comentó:
“¿Por qué limitar lo infinito del queso
a las rígidas líneas del cartón?”
Frida Kahlo, ante el espejo agrietado,
no se arreglaba, se pintaba.
“¿Para qué disfrazar lo roto con maquillaje,
si las cicatrices son obras maestras?”
Monet se paró frente al semáforo
y, al ver la luz verde, susurró:
“Todo es cuestión de perspectiva...
¿Es verde, o simplemente lo soñé?”
Warhol pidió diez cafés idénticos al mesero,
y cuando se los trajeron, exclamó:
“¡Perfecto! El arte está en repetir,
hasta que el café sea una experiencia pop”.
Miguel Ángel en el gimnasio murmuró cansado:
“¿Por qué esculpir mi cuerpo en el banco de pesas,
si ya lo perfeccioné hace siglos en mármol?”
Jackson Pollock tropezó con un bote de pintura,
y, mirando el desastre en el suelo, gritó feliz:
“¡Por fin, una obra que me entiende!”