Solitario animal, ángel caído,
caminas desnudo bajo cielos heridos,
sin alas que te eleven, sin estrellas al norte,
con el pecho vibrando, frágil y desbordante.
Huérfano del infinito,
¿a quién le cantas tus plegarias rotas?
En tus ojos un río de preguntas,
en tus manos la sed de una respuesta.
Encuentras consuelo en lo efímero,
en la risa cristalina de un niño,
en el abrazo del viento sobre los campos,
en la luz que baila sobre el agua.
Eres temor y esperanza entrelazados,
un eco perdido en la bóveda del tiempo.
Pero mira, solitario animal,
¿no ves el arte de tus propias cicatrices?
Canta como los pájaros,
vuela aunque no tengas alas,
que el cielo no está en lo alto,
sino en el latido que nunca calla.