No, no era amor lo que ella me tenía;
era tal vez piedad, lástima era,
porque mi oculta pena comprendía
y ella se compadece de cualquiera.
Mientras voy recobrando mi alegría
animado, quizás de una quimera,
se va tornando mucho menos mía
como si ella ya no me quisiera.
Yo si he formado de mi amor un culto,
desde que aquí mi juventud sepulto
y la aureola del martirio ciño.
No me quites, Señor, mi sufrimiento
si es que habré de perder con mi tormento,
la conmiseración de su cariño.